miércoles, 25 de mayo de 2016

Lola Roca XCVI

Lola Roca sigue respirando hondo, aprendiendo a gestionar la taquicardia que a veces da la vida.
Creció con la idea de que los hospitales huelen mal, pero ya sabe que no es así.
Nada más lejos de la realidad: los hospitales huelen a vida.
Huelen a personas que acuden para mejorar, personas valientes, que en el modo que sea, necesitan ayuda para el tránsito por su enfermedad.
No hay nada más humano que la sala de espera de un hospital.
Ahí se respiran todas las emociones que Lola Roca hubiese podido imaginar...
La sala de espera de un hospital la reubica. Por eso, Lola Roca se sacude tonterías del pelo.
Así, con esas coordenadas, Lola Roca se halla en la soledad más absoluta, que supone la distancia entre ella y esa camilla.
Si controla su vértigo, puede ver la vida en cada suspiro eterno de aliento contenido.
Lola Roca siente intenso, siente abrirse en su interior fosas abisales, cataratas, precipicios... todo fenómeno geológico es loable.
Es una energía muy fuerte la que hay, de la que le nubla la cabeza, entonces Lola Roca se trenza el pelo.
Es una energía densa, de preocupación y tranxilium, de nervios y desazón, de guardar ese volante y de vuelva usted mañana, para la siguiente prueba de fe, con su esperanza en el bote.
Lola Roca sale de ese estado de ensoñación para volver a esa vida real que no se paró en su ausencia.
Lola Roca no tiene muy claro si, además de la inercia,hay algo más que (la) espera.
Amapolas silvestres de Toledo, mayo 2016.

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