Lola Roca sigue respirando
hondo, aprendiendo a gestionar la taquicardia que a veces da la vida.
Creció con la idea de que
los hospitales huelen mal, pero ya sabe que no es así.
Nada más lejos de la
realidad: los hospitales huelen a vida.
Huelen a personas que acuden
para mejorar, personas valientes, que en el modo que sea, necesitan
ayuda para el tránsito por su enfermedad.
No hay nada más humano que
la sala de espera de un hospital.
Ahí se respiran todas las
emociones que Lola Roca hubiese podido imaginar...
La sala de espera de un
hospital la reubica. Por eso, Lola Roca se sacude tonterías del pelo.
Así, con esas coordenadas, Lola Roca se halla en la
soledad más absoluta, que supone la distancia entre ella y esa
camilla.
Si controla su vértigo,
puede ver la vida en cada suspiro eterno de aliento contenido.
Lola Roca siente intenso,
siente abrirse en su interior fosas abisales, cataratas, precipicios...
todo fenómeno geológico es loable.
Es una energía muy fuerte
la que hay, de la que le nubla la cabeza, entonces Lola Roca se
trenza el pelo.
Es una energía densa, de
preocupación y tranxilium, de nervios y desazón, de guardar ese
volante y de vuelva usted mañana, para la siguiente prueba de fe, con
su esperanza en el bote.
Lola Roca sale de ese estado
de ensoñación para volver a esa vida real que no se paró en su
ausencia.
Lola Roca no tiene muy claro
si, además de la inercia,hay algo más que (la) espera.
Amapolas silvestres de Toledo, mayo 2016. |