lunes, 26 de septiembre de 2016

Lola Roca CII

Lola Roca ahorra como una hormiga cantando como las cigarras mientras trabaja amontonando sus propias migas de pan.
Lola Roca sabe que trabajar hay que trabajar porque a ella sólo le cayó del cielo esa tonalidad tan especial de sus ojos, pero como los iris bonitos no cotizan en bolsa, es pobre  de valores bursátiles, pero inmensamente rica en los vitales.
Lola Roca llegó a una ciudad de distintos azules de manera temporal, hasta que la ciudad le pidió que se quedase a contribuir con otro azul más.
En ese momento supo que había encontrado un nuevo hogar, por mucho que se empeñe la gente en no entenderla al hablar.
Los  ojos de Lola Roca transmiten el idioma universal, por mucho acento raro que no se le vaya a quitar jamás.
Lola Roca medita todos los días, cambia vidas de personas sólo con su vibración, es un alma sabia poderosa, de tez clara y mirada profunda de ancho mar.

Te habla de otras vidas, de otros mares, de otras energías sutiles que te ayudan a avanzar aunque Lola Roca de discreta, al principio, sólo te canturree algo al trabajar.
Fotografía de Ana Mª del Olmo, Toledo, septiembre 2016.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Lola Roca CI

Lola Roca no sabe expresar otro sentimiento que no sea el de la rabia a través del enfado.

Resulta que ya pasados los cuarenta se ve en una forzada cuarentena medio encerrada en una casa que reconoce como suya, pero que no sabe habitar.

Lola Roca se encuentra incómoda en todo terreno emocional. Es totalmente comprensible si sabes que desde pequeña Lola Roca tuvo que reprimir todo atisbo de vulnerabilidad.

Eso es lo que les pasa a las huérfanas de su familia, que al criarse sin mamá, maduran antes a partir de enterrar todo lo relacionado con la inteligencia emocional.

Pese a todo, ella tiene un aura muy conmovedora aunque Lola Roca no sabe llorar ni de pena, ni de tristeza… se las apaña para sacar cosas a fuera aunque, normalmente, sólo le salen gritos que esconden frustración.

Lo que le pasa a Lola Roca es que tiene miedo a permitirse sentir miedo, tiene miedo a dejarse sentir su sentir porque el sentido de su vida es demasiado turbulento como para destapárselo ahora, por mucho que le abran y le cierren la cabeza, Lola Roca seguirá igual, porque no hay cambio que le haga soltarse de su clavo ardiendo.


Ese clavo es su anclaje a la vida, la que la mantiene colgada en este mundo en el que puedes ser totalmente funcional aún sin saber nada de aquello de la gestión emocional…
Campanario de la iglesia de El Tobar, Cuenca, agosto 2016.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Lola Roca C

Cuando los girasoles miran al suelo pasando del astro rey, empieza septiembre para Lola Roca.

Además, septiembre empieza con despedidas, adioses y hasta prontos que son una vuelta más de la rueda cíclica del para volver tener que irse.

Lola Roca se nota el cambio estacional en su tristeza y en el pelo.

La tonalidad de cada hoja le devuelve del paisaje cierta incertidumbre agridulce, porque aunque Lola Roca decidió vivir en un eterno verano, para evitarse la depresión postvacacional, los días con menos horas de luz no se los quita nadie.

Así, Lola Roca afronta el pequeño gran duelo, que es final del verano, mirando flores cabizbajas.

Los días se acortan y las mangas se alargan, mientras Lola Roca va defendiéndose de la melancolía de ese atardecer que llega cada vez más temprano.

Lola Roca escribió en un ticket de su bolso, con tinta roja, que a los amores de verano les siguen los despechos del otoño, y que era por eso por lo que a muy poca gente le gustaba septiembre.


Pero Lola Roca no escribe de sus duelos en los tickets ningún mes, ya tiene al día todas las facturas.

Casas Colgadas de Cuenca, agosto 2016, fotografía de Claudio Andrada.