Lola Roca aprendió que en la ciudad
también hay libélulas cuando huía del campo. Se acabó ese amor y se tuvo que
exiliar forzosamente al anonimato urbanita otra vez.
Se fue topando de bruces con
representaciones de tan particular insecto por cada calle y por cualquier
acera. No le quedo otra que asumir que el recuerdo de aquel verano la
perseguiría para siempre.
Aunque Lola Roca sabe que jamás volverá a hacer el amor sobre ese lecho de sombra de higuera, se siente afortunada
porque hay quien no experimenta en toda su vida la intensidad de amar sobre
verde.
Lola Roca consigue transportarse de
la nostalgia estival más abrumadora a su presente urbanita gracias a que la
ciudad la quiere mucho y no deja de estimularla ni de masajearle los pies.
Lola Roca, pese a sus pesares, es
una mujer con suerte.
Continuamente, su contexto urbano
se esfuerza en tenerla entretenida. çLa ciudad le pega codazos a su melancolía de
cielos estrellados y menstruaciones conectada a las estrellas.
Paseándose por esos cielos Lola Roca,
las noches de luces artificiales tras su estor, consigue dormirse pensando en
eso, porque su sangre de divinidad fémina regó aquel terreno.
Las noches de insomnio en las que
está menos romántica se masturba hasta quedarse frita.
A lo mejor una planta crece gracias
a su esencia, piensa y suspira.
Lola Roca siente algo de rabia por
tener que madrugar y haber tenido que dejar de guiarse por los horarios de la
luz natural.
Intenta despegarse de la
negatividad reacostumbrándose a dormir sola y de nuevo tapada.
Se agarra a la ciudad como
cualquier naufraga sentimental al kínder o al clavo ardiendo.
Patio del Alcázar de Toledo, julio 2015. |
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