Lola Roca es una romántica antipatriarcal de puertas abiertas.
Lola Roca adora las visitas, todas. Las
esperadas, las sorpresa, las llegadas de muy lejos y de muy cerca, todas.
A algunas visitas las devuelve a la
calle con plumas en lo alto.
A Lola Roca la emoción se le
desborda entre las piernas ante algunos paisajes que tiene el lujo de sentir. Ahí
comprende, y se aferra, aún más, a la yurta donde se teletransporta.
Se saca del buzón poemas
libertarios de presas, cuchillos inservibles, postales con letras queridas y alguna
que otra declaración de amor.
Lola Roca sube y baja por la vida,
como por las escaleras de su portal, sin ascensor.
Acude a charlas sobre luces y
sombras. La desmontan su arquetipo, la zarandean para quitarle de la cabeza tanta guerra.
Lola Roca reflexiona la idea de que
todo es cuestión de saber conducir(se).
Lola Roca tiene consigo personas
muy sabías que la vida le regala, está aprovechando tanta suerte para crecer.
Así, Lola Roca está madurando, colgando allá
donde puede depresiones más cortas y orgasmos más largos.
Lola Roca se vuelve loca con las preposiciones,
los juegos de palabras, los adverbios, las buenas conversaciones y los juegos
de cama.
Lola Roca está intentando asimilar
su vulnerabilidad, se está ejercitando en la paciencia pero algunos silencios
siguen desmontándola.
Algunas mañanas Lola Roca pasea y
ve menguar la luna. La misma luna protagonista de noches que terminan en raros
teatros, con besos crecientes.
Amanecer en Albarreal de Tajo, fotografía de Ana Mªdel Olmo, enero 2015. |
¡Qué bonito!
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