Lola Roca moquea bailando alrededor de una silla, en un
espacio vacío, abandonado, así se siente, así que se va al rincón, se quita
ropa sudada, se queda en tetas frente a la pared y se pone ropa seca.
Ojalá se pudiera quitar la pena como se quita el sudor de
encima. Ojalá se pudiera cambiar de piel, se piensa, y acto seguido vuelve a
contradecirse, ojalá siempre estuviera en esa piel porque en esas lágrimas que
le suben por ese esófago suyo, tan maltratado, sabe que acaba sacando el gusto
por vivir.
Lola Roca (se) está trabajando la melancolía y arrastra la
suya por la sala, como todo dios arrastra su particular lastre. Ahora tiene
detrás a una compañera encalomada en su silla bailando flamenco.
Lola Roca ha encontrado en su pasión por el ritmo su
profesión, en sus bailes ancestrales una manera de conciliación entre su ayer y
su hoy: enseñando sus restos charrúas y creando tribu en la cuidad de las
biznagas y las castañuelas. Vocación de bailarina, que se empodera ante el no
se puede donde se siente tan cómoda.
Camaleónica mujer, le salen saltos de liebre ensayando la
nueva pieza de calle porque será el conejo blanco al que seguir siempre. Lola
Roca expresa sus penas bailando y arrastra su silla hacia delante, ella va la
primera en la fila.
Tira sus lágrimas abiertamente al suelo.
Campamento Chileno Parque Nacional de Torres del Paine, Patagonia chilena, diciembre2014. |
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