Dice un proverbio que la fe mueve montañas.
En el caso de Lola Roca la suya, su fe, la movió de sus
montañas.
Lola Roca se crió en un pueblo salvaje, rasgado, verde y titánicamente
pobre. Como no tenía nada a lo que aferrarse se agarró a su fe y ella le
correspondió cubriendo sus necesidades básicas de alimentación, salubridad, higiene
y techo.
Así, seducida por no
tener que volver a pasar necesidades, de su fe hizo su profesión. Lola Roca no
tuvo que volver a preocuparse por el
hambre propia, en teoría sí de la ajena.
Lola Roca es una mujer adulta lejos de sus hermanas
biológicas, de su pueblo, de su miseria
natal y de sus montañas. No admite su nostalgia aunque se le escapa por los
ojos.
En todos estos años ha tenido crisis que no admitiría ni
ante ella misma.
En el fondo de su ser, sigue recriminándose el tener que
echar de menos todos los días el violeta verdoso de sus montañas…que algún día
volverá a ver…si su Dios quiere.
Lola Roca se recoloca el hábito.
A esa monja nicaragüense que compartió autobús
conmigo.
El Tobar, Cuenca. |
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